Yo no sabía abrazar.
Mis amigas me decían helaVera, tenía una dificultad ahí, con el contacto físico.
Mis viejos tenían una dificultad con el contacto físico, sus viejos tenían una dificultad con el contacto físico.
Me refiero a ser cariñosos y demostrativos en público (en privado ni idea), a hacer muestras claras de afecto a través del cuerpo.
Cuando era adolescente mi amiga Aida me contaba anécdotas mientras me acariciaba la mano. Me parecía surrealista que pudiera hacer eso de manera tan natural. Ella ni se debe imaginar todo lo que me habilitó su gesto.
Yo era (o soy a veces) una persona áspera, de hecho tengo un personaje creado -Raquel- que representa esa parte de mí.
Traigo este tema porque hablo mucho de las herramientas que tenemos a disposición para acompañar cualquier camino hacia el bienestar o la sanación (todas gratuitas, por cierto).
El abrazo, la sonrisa, el agradecimiento, divertirse, jugar, compartir con otrxs, ayudar a otrxs, cantar, bailar, la actividad física, tienen una incidencia inmensa en nuestro sistema nervioso. Son todas cosas que “hacen bien”. Según la teoría polivagal estimulan el nervio vago que colabora con la sensación de calma, confianza, seguridad, relajación.
Cuando tuve a Manu me propuse romper con esa barrera del contacto físico, ser una mamá “táctil”. Y por suerte pudimos construir un vínculo donde mimosear es sagrado.
Siento que un cuerpo para poder relajarse necesita ser tocado con amorosidad. Esta es una característica puramente mamífera. Hay algo que nos pasa a nivel muscular, hormonal, nervioso en ese contacto con les otres. Siento que un abrazo bien dado en el momento justo puede ser sumamente aliviador, placentero, curativo. Pero que como todo, no es magia. Un abrazo no desarma una vida de dolor, o la memoria de un trauma.
Pero el ejercicio de abrazar, de permitir, buscar, dar y recibir esos contactos amorosos, de hacerse el tiempo y el espacio, para ser mamíferos (mamiferear), es sumamente reparador.
