Cami vino un día a un encuentro de exploración sonora. No había una propuesta concreta, sólo abrir la escucha, habilitar la voz, estar disponibles, que el campo diga.
Enseguida mis manos fueron a sus riñones, no había palabra, no había sonido, estábamos mudas, pero a mí se me venía recurrentemente la plabra "territorio".
Tomé una pausa, le conté mi sensación, me dijo que sí, que se sentía trabada, que estaba muy mental.
Le pregunté por el territorio, si le hacía sentido algo en relación a eso: cuidar, defender su territorio, hacer hogar.
Me dijo que se tenía que mudar pero que no estaba pudiendo dar ese paso.
Le pedí que se pare. Trabajamos la raíz, afianzar la base del cuerpo, base también de la confianza, respirar y ponerle palabras al proceso para salir del loop mental y ordenar las ideas.
Aparecieron los pies, elmiedo, el vínculo con la madre, la necesidad de un sostén paternal.
Movimos, respiramos, el sonido apareció. Todo nos dio pautas. Pensamos en cuál podría ser un primer paso. Me dijo que iba a intentar animarse y le dije que no intente, que lo haga.
Le sugerí que venga al taller de riñones y miedo (el riñón es también la zona que representa el territorio, aclaro).
El otro día se sumó al un taller virtual, y cuando abrió su cámara la vi en un lugar nuevo, claramente armándose.
Le pregunto: ¿te mudaste?
¡Síii!, me dice.
Yo no sé cómo fue el proceso de Cami, cuántos espacios transitó, cómo fueron sus acciones, sus pasos, cuándo le hizo el click. Sé que el movimiento sucedió y que de algún modo fui parte y entonces reconfirmo la magia de la voz como faro, mapa, lupa, guía. Lo potente de disponer la escucha y de que el cuerpo se exprese con todo lo que trae encima, las ganas, los miedos, la necesidad de raíz o de sostén interno, la potencia, sobre todo la potencia, lo que sí.
Agradecida y alucinada de poder compartir estos caminos profundos.